sábado, 21 de junio de 2008

Un recuerdo del año 2007

El único ensayo del año pasado que en verdad me gustó cómo me quedó y el único que no me aceptaron entregar. Si, por algún motivo, llego a pensar que la vida no es justa, no tengo más que acordarme que el ensayo que más sentí, el que hice con más esmero, no me lo aceptaron, y que gracias a eso volví a estar al borde de la corniza.


“Escribimos para todos pero sólo somos leídos por la minoría ilustrada que puede pagar los libros y se interesa por ellos.”

Años atrás, el hábito de la lectura en los jóvenes era algo tan común como lo es el uso de las computadoras en la actualidad, mientras que hoy en día ocurre todo lo contrario: es casi un acto increíble ver a un adolescente con libro en la mano, y más si es un libro que no tiene que leer a modo de obligación para el colegio.
El desinterés que los jóvenes presentan por la lectura muchas veces suele ser a causa del “entretenimiento fácil” con el que cuentan, el que incluye televisión e internet las 24 horas del día y los juegos de video. Éstos son los principales enemigos de los libros, debido a que suelen ser más fáciles e interesantes si se los compara con la dificultad, ya sea por el vocabulario, la estructura o el modo en que han sido escritos, de los libros. Encuestas recientes revelan que entre el 13% y el 17% de los adolescentes que asisten al colegio leen libros fuera del mismo, mientras que el 85%, aproximadamente, pasa 4 horas o más en frente de la computadora y una cantidad de horas similar frente a ese aparato tan detestado por los padres que es el televisor.
Por otro lado, los pocos interesados por la literatura cuentan con la dificultad del precio de los libros: en la actualidad los libros no cuestan menos de $30, y hasta muchas veces ascienden la suma de $100, y muchas veces no se cuenta con esa suma de dinero. Es verdad que existe la posibilidad de ir a una biblioteca y pedir prestado el libro que se desea leer, pero los que en verdad disfrutan el arte de la lectura no les interesa sólo leer el libro, sino también poseerlo.
Por último, existe un grupo social del cual se suele dar por sentado que la literatura nos les interesa en absoluto: los marginados. Los adolescentes de este grupo pasan sus días, con sol o lluvia, verano o invierno, en las calles, trabajando, pidiendo monedas a las personas que pasan cerca de ellos o a los autos cada vez que el semáforo cambia a luz roja, días que deberían ocupar yendo al colegio, formándose. ¿Debería sorprendernos que estos niños no sepan leer ni escribir? La educación que un infante recibe en su hogar es el más importante, y estos niños al tener padres, al igual que ellos, analfabetos, no conocen una vida diferente, una vida que, por ejemplo, pueda incluir una formación intelectual. A pesar de esto, nadie puede asegurar que estos chicos no se interesan por la literatura, pero si se puede deducir que, si les interesase, tendrían un gran problema: su “tiempo libre” diario lo utilizan tratando de juntar suficiente dinero para que ellos y sus familias puedan comer cada día, y es muy poco probable que alguno de ellos prefiera estar leyendo un libro mientras sus hermanitos menores mueren de hambre.
Por todos estos motivos es entendible que muchos escritores puedan llegar a sentir que “escriben para todos, pero sólo son leídos por las minorías ilustradas que pueden pagar los libros y se interesan por ellos” por el hecho de que, debido a la estructura social y económica, la mayor parte de la población de América Latina los exilie por su desinterés o por su condición económica.

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